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Obama y los musulmanes

Cada nuevo presidente se cuelga sus propias medallas señalando que él es más bondadoso y pacífico que todos sus antecesores. Pero cuando Barack Obama se dirigía a los musulmanes en su discurso de investidura diciendo "con el mundo musulmán, buscamos construir una relación nueva basada en los intereses y el respeto mutuo", su formulación fue demasiado apologética.

¿Resulta "novedoso" reconocer los intereses de los musulmanes y manifestar el respeto que merecen? Obama no sólo lo piensa, sino que lo volvía a decir a millones de personas en su entrevista con al-Arabiya, insistiendo en la necesidad de "restaurar" el "mismo respeto que tenía América con el mundo musulmán hace tan sólo 20 ó 30 años".

Asombroso. Resulta que en estos últimos 20 años, el presunto invierno en nuestras relaciones con el mundo islámico, América no sólo no respetó a los musulmanes, sino que incluso derramó su sangre por ellos. Tomó parte en cinco campañas militares, cada una de las cuales supuso la liberación de un pueblo musulmán: Bosnia, Kosovo, Kuwait, Afganistán e Irak.

Las dos intervenciones en los Balcanes –así como la fallida intervención somalí de 1992-1993 encaminada a alimentar a los musulmanes africanos que morían de hambre– fueron ejercicios humanitarios de alto nivel en el que no había ningún interés estratégico norteamericano en juego. En estos 20 años, nuestra nación ha hecho más por los musulmanes que sufren y son oprimidos que ninguna otra nación del mundo, sea musulmana o no. ¿De qué nos estamos disculpando?

¿Y qué hay de la feliz relación norteamericano-musulmana que Obama imagina que existía "hace tan sólo 20 ó 30 años" y que ahora él va a restaurar? Hace 30 años, en 1979, se produjo la mayor ruptura de relaciones entre Estados Unidos y el mundo musulmán en nuestros 233 años de historia: la revolución islámica radical de Irán y el secuestro de la embajada de los Estados Unidos.

Lo que vino después fue el embargo árabe del petróleo, que sumió a Estados Unidos en una larga y profunda recesión. Lo cual, a su vez, fue precedido del secuestro y ejecución a sangre fría a menos de terroristas árabes del embajador estadounidense y de su agregado comercial en Sudán.

Esto por no hablar de la masacre del cuartel de marines de 1983 y de los innumerables atentados contra instalaciones y embajadas norteamericanas por todo el mundo durante lo que Obama define como los días felices de las relaciones islámico-estadounidenses.

Está muy bien que Barack Obama diga, como lo hizo en al-Arabiya, que tiene raíces y familiares musulmanes y que ha vivido en un país musulmán (insinuando una afinidad especial que le sitúa en una posición única para alcanzar unas buenas relaciones). Pero es falso e injurioso que la era Obama represente una línea que ponga fin a un pasado trasnochado en el que el islam había sido supuestamente satanizado.

Como ya advirtiera Obama: "No podemos meter en el mismo saco a toda una fe como consecuencia de la violencia que se practica en nombre de esa fe". ¿Acaso "hemos" hecho eso, esto es, difamar al Islam por culpa de una pequeña minoría? George Bush acudió al Centro Islámico de Washington seis días después del 11-S, cuando las llamas de la Zona Cero aún no se habían apagado, para anunciar que "Islam es paz", tratando de ampliar los lazos de amistad con los musulmanes y comunicándoles que los estadounidenses les tratarán con respeto y generosidad.

Y América escuchó. Durante los siete años que siguieron al 11-S –siete años en los que miles de musulmanes provocaron altercados en todo el mundo como venganza por unas viñetas– no hubo un solo ataque anti-musulmán en Estados Unidos para vengar la mayor masacre de su historia. Todo lo contrario. Poco después elegimos a nuestro primer miembro musulmán en el Congreso y a nuestro primer presidente con familia musulmana.

Según Obama: "Mi trabajo consiste en comunicar al pueblo estadounidense que el mundo musulmán está lleno de personas extraordinarias que simplemente quieren vivir sus vidas y ver prosperar a sus hijos". ¿Ése es su trabajo? ¿Piensa el pueblo estadounidense lo contrario? George Bush, Condoleezza Rice e incontables líderes más ofrecieron numerosas muestras de ese mismo sentimiento.

Cada presidente tiene derecho a retratarse como heraldo de una nueva era de este o aquel ideal. Obama quiere fomentar nuevos vínculos con las naciones musulmanas, utilizando como base su propia identidad y sus relaciones. Está bien, aceptémoslo. Pero si al echarse flores como redentor de las relaciones norteamericano-musulmanas afirma que la América pre-Obama era indiferente o insensible o poco caritativa con los musulmanes, no sólo está construyendo una ficción, sino que además está menospreciando de manera gratuita al país que ahora tiene el privilegio de liderar.
© The Washington Post Writers Group

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